Ciudad adentro
Hace poco recordaba con un grupo de amigos, la
efervescencia política de la que fuimos testigos antes, durante y poco tiempo después
de la jornada electoral de julio de 2012. ¿La recuerdan? Surgió aquel
movimiento universitario con el que nos sentimos identificados muchos, el
#YoSoy132 y las manifestaciones y muestras de rechazo a Enrique Peña Nieto,
entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, y exigiendo la
democratización de los medios de comunicación, eran cosa de todos los días
–literal—pero sobre todo (y esa parte era específicamente la que encontré en la
memoria) las marchas que de manera simultánea y espontánea se hicieron en todo
el país. Uno de esos días, se documentaron marchas en 80 ciudades de México y
en muchas otras del mundo en donde mexicanos en el extranjero también
expresaron su sentir y sus opiniones de lo que pasaba en México.
Recuerdo también los intentos, exitosos en muchos casos,
por criminalizar y descalificar a los que protestábamos; las filtraciones de
vándalos que luego llevaban a juzgar a quienes se manifestaban en paz (primero
de diciembre de 2012 y 2013 no se olvida), detenciones arbitrarias y
manipulación mediática al por mayor.
Poco después de las elecciones de 2012 la efervescencia
política se mantuvo poco tiempo más, poco. Los jóvenes del #YoSoy132 se unieron
a otros grupos que prácticamente los anularon, y a la fecha persisten algunos
que a través de redes sociales siguen atentos al devenir político, pero la
euforia ya pasó.
Un amigo extranjero que vive en México me preguntó
indignado por qué los mexicanos nos desencantábamos tan pronto; por qué no
continuábamos la lucha, la protesta, la manifestación, si eran evidentes las
irregularidades; que por qué nos cansábamos o qué era lo que pasaba.
No supe contestar. Hoy, por casualidad, tal cual, me
encontré entre mis libros uno que ni me acordaba que tenía, la verdad: El romance de la democracia. Rebeldía sumisa
en el México contemporáneo de Matthew Charles Gutmann, un antropólogo
estadounidense que realizó un estudio en la colonia Santo Domingo en la Ciudad
de México, en la primera mitad de los años noventa del siglo XX, para
responder, entre otras, las siguientes preguntas: “¿Cómo podemos explicar la
periódica pasión por la política en la clase trabajadora de la ciudad de
México? ¿Y por qué este fervor a menudo se extingue tan súbitamente como se
encendió?”.
Nada más el título y las preguntas llevan implícitos
tantos conceptos, ideas y mensajes que bastarían como un buen inicio para una
profunda, verdaderamente profunda reflexión. Sin embargo, al continuar la
lectura del texto me encontré con que, si bien el estudio se concentró en una colonia
del Distrito Federal, los resultados y las conclusiones del antropólogo podrían
ser de fácil y tersa aplicación en los habitantes de cualquier otra colonia de
cualquier otra ciudad de este maravilloso país.
Rescato una de sus conclusiones: “En ciertos aspectos, en
México los dos decenios que van de 1985 a 2005 se caracterizaron por la
intensificación y frustración de las expectativas de una mejoría política y
económica”. Agrega que a partir de las elecciones de 1988 y las de 2000 cuyos
resultados seguro recordamos, los residentes de esa colonia (de todo el país en
realidad) “deseaban fervientemente creer que se podía alcanzar algo
radicalmente nuevo y mejor”. Pero no fue así. El desánimo y la decepción
cundieron y conforme se acercaban las elecciones del año 2006, en cuyo proceso
se registró también fervor y efervescencia, casi frenesí, el desencanto con
relación a la seguridad del voto “como vía sagrada hacia un cambio social” era
evidente… y se confirmó. Han pasado varios años desde entonces, otro proceso
electoral en 2012 (que ya no alcanzó a entrar en el análisis de Gutmann) pero
dado el hallazgo de tal libro y del planteamiento de dos preguntas que nos
hacemos mucho, traigo el tema aquí, como para ir reflexionando desde ahorita,
con esta clase política que tenemos, experta en llevarnos del frenesí al
desencanto decisión tras decisión, elección tras elección. Quizá, en la medida
en que nos conozcamos, estemos en condiciones de romper patrones y atavismos,
así como deshacernos de cargas culturales que nos han echado encima así, sin
más.
Publicada en El Informador el sábado 22 de febrero de 2014.