martes, 12 de agosto de 2014

Así ¿cuándo?

Ciudad adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Y luego como que se ponen de acuerdo, parece hecho adrede. Estoy hablando de la noticia del bono millonario a los diputados por la aprobación de las reformas (sí, un “premio” como los bonos que les regalan a los futbolistas por cada gol) y, de manera paralela, la declaración de Agustín Carstens y de los empresarios de cúpula, de que incrementar a 100 pesos (a no en) el salario mínimo representa un riesgo para la economía.
De por sí, los sueldos de los burócratas de alto nivel y de los legisladores son ofensivos, conocer ahora el dato de los bonos por aprobar reformas y además, que no hay irregularidades en tal acción, es una raya más pa’l tigre, un elemento adicional para aumentar el sentimiento de impotencia e indignación y una muestra más de la impunidad y los pactos perversos y contra los mexicanos que se concretan y, eso sí, respetan los mandamases políticos de este país. Es una desgracia.
No hay irregularidades porque, con todo el poder, tuvieron la precaución –eso sí— para dar respaldo legal a la “subvención” catalogada como “recursos extraordinarios”. Las denuncias de legisladores de oposición que incluso han regresado los recursos (por lo menos lo han intentado, primero a la Tesorería de la Federación, de donde salieron; y luego ante el propio Congreso) incluyen el hecho de que los depósitos “cayeron” justo después de aprobada cada reforma ¿coincidencia? No lo creo.
Los responsables de rendir cuentas a este respecto dicen simplemente que están aprobados recursos extraordinarios para las bancadas, son para sus gastos (¡pobrecitos!). En total, las subvenciones anuales para las fracciones parlamentarias son de 900 millones de pesos, pesos más, pesos menos (peccata minuta) que se manejan con absoluta discreción.
Aparte de estas cantidades que van a parar a los bolsillos de alguien, los legisladores tienen otras prestaciones que por sus montos contrastan con las de los mismos burócratas, no se diga con las de los mexicanos de a pie, como usted y como yo; porque aunque digan que no, aunque cueste trabajo reconocerlo y no nos guste, hay mexicanos de primera y de segunda, no por voluntad propia sino porque el diseño legal de este país y el modus operandi de la clase política y del aparato burocrático a su disposición, así lo impone. Pero como escuché en algún video recientemente compartido en Facebook: “¡allá hay un dios!”.
Quién sabe cuándo se hará o habrá justicia, imposible saberlo, porque si acaso alguien tiene una idea, una iniciativa o propuesta para reducir la brecha de la desigualdad en México, inmediatamente es aplastada, acallada, ninguneada y hasta criminalizada por los poderosos, empresarios, gobernantes y funcionarios privilegiados.
Me refiero ahora a la determinación de que aumentar a 100 pesos el salario mínimo representaría riesgos (nada más les faltó decir “catastróficos, terribles”) para la economía nacional, altos riesgos porque se dispararía la inflación (¿y qué hay de los gasolinazos y de los aumentos constantes al gas y la energía eléctrica? ¿Eso no implica riesgos para la economía cuando merman aún más el poder adquisitivo del salario?).
Lo peor es que esta postura, esta visión de la economía que, ya se ha demostrado, resulta contraproducente y perjudicial ¡se mantiene! No hay ejemplo contundente, ni experiencias en otros países, ni señalamientos de economistas de primer nivel ni de expertos consumados, mucho menos de los mexicanos (víctimas) de a pie, que logren cambiar la postura de los mandamases en este país.
La desigualdad, el injusto reparto de la riqueza en México es una de las deudas pendientes desde hace décadas y la clase política no ha tenido la voluntad, pese a que le conviene, como a los empresarios, de abatirla. Se avecina otra crisis económica global y México se rezaga porque el gobierno y la IP prefieren seguir a pie juntillas los mandatos neoliberales y sacrificar a la gente. Así ¿cómo? ¿Cuándo?

Publicada en El Informador el sábado 9 de agosto de 2014.