Ciudad Adentro
El 5 de Febrero de 2015 debería pasar a la historia y,
bueno, en realidad ya pasó. Pero no porque se celebró un aniversario más de la
promulgación de la Constitución, la de 1917 en Querétaro, sino por otros hechos
que me convencen cada día más de que estamos atrapados en una vorágine violenta
y poderosa de la que no sé cómo ni cuándo saldremos.
Este jueves, temprano, se difundió el asesinato de un
joven defensor de derechos humanos, uno de los principales activistas del
movimiento por los normalistas de Ayotzinapa y líder del Frente Popular
Revolucionario, Alejandro Gustavo Salgado Delgado. Tenía 32 años y desde hacía
varios se enfocaba en luchar por mejorar las condiciones de vida de los
jornaleros guerrerenses. Fue encontrado con huellas de tortura y decapitado.
El mismo día, más tarde, sucedió lo que fue la nota del
viernes: el hallazgo de 61 cadáveres en un crematorio abandonado en Acapulco,
Guerrero. Jan Martínez Ahrens escribió en El
País: “Con la terrible sangre fría con que se trata estos hechos en México,
las autoridades buscaron reducir la alarma ciudadana señalando que los cuerpos
ni habían sido mutilados ni calcinados, es decir, que en apariencia no tenían
las trazas habituales del narco terror”. Podemos cuestionar y criticar al autor
del texto, pero infortunadamente esto es lo que trasciende, y la percepción que
se tiene del país y de sus habitantes se generaliza con base en estos hechos
criminales y hórridos. Y claro, que el gobierno que tenemos “nos complace”.
El mismo día, el Presidente Enrique Peña Nieto, con su
séquito de acompañantes, encabezó la ceremonia oficial por el aniversario
número 98 de la promulgación de la Constitución. En la página web de Presidencia está el video que
dura más de una hora. La transmisión inicia con el arribo del Jefe del Ejecutivo
al Teatro de la República en Querétaro hasta el último aplauso (aquí sí
aplaudieron y hasta se pasaron). Más de una decena de camionetas de alto
cilindraje, blindadas y con vidrios polarizados, desfiló por las angostas
calles de la capital, desiertas de queretanos. De una de ellas bajó el
Presidente y bueno, como desde un balcón me sentí observando el nivel, entre
ese círculo, de protocolo y “arrastradismo” político. No pude reprimir las
náuseas.
La movilización de personal, todo pagado con nuestros
impuestos, las camionetas, los tiempos de los funcionarios que deberían estar
trabajando por el país, como dijeron en sus discursos que les toca hacer:
ujieres, achichincles, gobernadores, legisladores, magistrados, jueces, todos
postrados y aplaudiendo mientras el resto de los mexicanos trabajamos en dos y
tres empleos para que alcance, tenemos nuestras propias historias y nos
enfrentamos al dolor de las noticias que directa o indirectamente nos afectan, como
las dos que he mencionado y además, por ejemplo, la muerte de una enfermera que
salvó a casi 20 niños del hospital de Cuajimalpa, cuyo incendio, por cierto,
todavía no me queda muy claro ni creo mucho lo que se ha explicado hasta ahora.
En la ceremonia oficial dijeron que México tiene rumbo,
otros que hay que ver si es esta o una nueva constitución la adecuada para
México (¡apenas! y sin muchas ganas), que “los mexicanos nos necesitan” y otro,
que las reformas nos fortalecen y eso. Desde el mismo balcón me sentí ajena y
distante, como si estuviera viendo una película vieja y mala. Bueno, hasta
anacrónica, se leyó que con la reforma educativa tendremos un México con
educación de mayor calidad, con maestros bien preparados y evaluados, y “miles”
de escuelas de tiempo completo. No sé si no se enteró del recorte anunciado
unos días antes por el secretario de Hacienda o qué.
Sin embargo, algo más pasó el 5 de Febrero de 2015: Se
atendió la convocatoria para una constituyente popular y ciudadana. Los
participantes llegaron a tiempo y se dio el primer paso de una iniciativa que
no sé, reitero, si me toque verla hecha una realidad, pero es algo, por algo se
empieza, no importa cuánto tiempo lleve.
Imposible no estar atrapados en Iguala, en Acapulco… en
Guerrero en general, en Michoacán, en las carencias cotidianas, en el alza de
precios, galopante y engañosa (en un año los productos pecuarios aumentaron 13%
y los salarios, cuatro. Más gas, gasolina, alimentos en general, educación,
servicios…).
No sólo es Ayotzinapa. Y los niveles de impotencia
aumentan en la misma proporción o aun mayor, que la desfachatez y el desdén de la
clase política mexicana. Salvo la nota esperanzadora de la constituyente
ciudadana, por lo demás no vamos bien… Y eso que no me referí ni al petróleo ni
a las precampañas electorales.
Publicado en El Informador el sábado 7 de febrero de 2015.