viernes, 6 de marzo de 2015

Entrevista a Sergio Pitol

8 de agosto de 1999

Cuando se anunció que Sergio Pitol era el ganador del Premio de Literatura para América Latina y el Caribe “Juan Rulfo” que se entrega en la Feria Internacional del Libro cada año, fui enviada por El Informador para entrevistarlo, a la ciudad de Jalapa. Era el año 1999. Para algunos, el último del siglo XX, un año especial. 
Fue una oportunidad para conocer un poco de Jalapa y ¡qué belleza! Es una ciudad sombreada toda, húmeda, fresca. Hace más de 15 años desde entonces y el recuerdo es grato, no sólo del espacio urbano sino del personaje que motivó la visita. 
La entrevista se publicó en El Informador el 8 de agosto de 1999 y está disponible en la Hemeroteca. La comparto hoy aquí a propósito de que el próximo 18 de marzo Sergio Pitol cumplirá años.


Sergio Pitol, lo que es y lo que no



JALAPA.- Más repuesto de la emoción, Sergio Pitol nos recibe en su hermosa casa de Jalapa. En otros tiempos, en otros momentos, lo nervios han amenazado con traicionarlo, ahora no.
Lo fue al principio, cuando temía volver a México; alguna vez en las primeras conferencias y cuando se vio frente a la prensa ávida por conocer las primeras impresiones del Premio de Literatura para América Latina y el Caribe “Juan Rulfo” 1999.
Pero para él, que es “...los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas... su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”, no es los premios que ha recibido: “uno no vive para ganar premios. Cuando llegan son gratificantes, pero no lo hacen a uno como lo hacen los amigos, las lecturas, la familia. Ganarse un premio tiene que ver con la calidad, con lo que uno hace, no lo transforma a uno... espero que sea una experiencia no transformadora, como son las otras, las místicas, las estéticas, las religiosas”.
[...] para él, que es ...los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas... su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.

La entrevista fue más una conversación. Le apetece hablar y aún se muestra sorprendido porque a menos de una semana de haberse dado la noticia, seguía recibiendo llamadas del extranjero para ser entrevistado; sí, el premio cada vez se cotiza más y día a día adquiere mayor prestigio.
Con sus dos perros merodeando por ahí –Sacho y Diana-- y ladrando con una potencia ensordecedora, hablamos de Juan Rulfo más de lo previsto, él lo quiso así; de por qué estudió Derecho y la influencia de un gran maestro en su destino; de la ciudad de México, que no es ya la que conoció, vivió y disfrutó; de su entusiasmo por luchar por la lectura “lo considero una causa nacional” y de sus preocupaciones por el país. 

Chiapas no ha servido de lección 


Cuando Chiapas, en algún momento pensó en mejor irse a vivir a Italia o a España, pero no se fue.
Se quedó y no sólo eso, fue a Chiapas, prometió volver y lo hizo. Hoy no sabe qué pasa, por lo pronto responde: “parece que no ha servido de lección”, como deseó aquellos primeros días de 1994: “Lo único que cabe esperar de estos diez ultraenigmáticos días que hemos vivido, es que no sean olvidados, que sirvan de lección,  que los consideren como el inicio de una reflexión nacional, que los acerquen a la realidad, que se den cuenta de lo lejos que estamos, por su culpa, de ese Primer Mundo en que ya creían vivir” (El arte de la fuga, p. 298).
Pero no es Chiapas lo que en el fondo le preocupa sino “esa conducta de los mexicanos de cerrar los ojos a los problemas, no solamente en Chiapas, desde la independencia... venimos acarreado numerosos problemas a los que no se da respuesta y cada vez se vuelven más candentes. Habría que hacer un repaso a la historia de México y allí, honestamente, sin dejarse llevar por intereses, sin caer en las trampas de los intereses creados, ver los rezagos que en muchos niveles, en muchos asuntos, en múltiples cuestiones han quedado” desde entonces hasta ahora.
Hay esperanzas: “Esa retórica que se ha utilizado últimamente en torno a los problemas económicos y a la situación general del país, es una retórica que se va convirtiendo para la población en letra muerta. Los economistas del gobierno nos dicen que a partir del proyecto neoliberal que se ha implantado en México, la situación del país ha cambiado benéficamente... (pero) un ciudadano común y corriente como yo me quedo asombrado: –porque viajo por el país con frecuencia— cada vez hay más multimillonarios mientras la clase media se pulveriza, se descapitaliza y aumenta también el número de mendigos, desesperados y delincuentes... es una cuestión que no tiene visos de resolverse de un modo real... queda colgada en las palabras, paralizada”.
Y de Chiapas “casi no sabemos nada, la información regional se presenta con cuentagotas, pero en las pocas veces que hemos visto programas en televisión o en los periódicos. nos hemos enfrentado a una situación monstruosa, mucho más cruel de lo que es posible imaginar... los desplazados, no puede haber cosa más monstruosa que esa. No, parece que Chiapas no ha servido de lección”.
Por fortuna, continúa, hay muchas cosas que han cambiado y se refiere a la competencia política, a los nuevos partidos –ya son once—y a la incertidumbre que acompaña a las democracias. Hace algunos años, recuerda, se sabía quién iba a ganar las elecciones presidenciales aún antes de los comicios , ahora no y, entre otras cosas, esto forma parte del cambio que se vive en México y permite abrigar esperanzas. 


Fuente: Etcétera.


Derecho y literatura


Sergio Pitol estudió Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y terminó, sin embargo, él mismo reconoce que no tenía facultades visibles para el Derecho, no una vocación precisa, y el pensamiento sobre Letras e Historia era vago aún.
En aquellos años, en Córdoba, Veracruz, apenas conocía las distintas carreras universitarias. Era 1949 y las únicas opciones parecían ser Derecho, Medicina e Ingeniería. Las dos últimas fueron inmediatamente descartadas y “si yo quería escribir, lo más cercano era Derecho”. En su casa lo encaminaron hacia esa carrera sobre todo porque, considerando su incipiente atracción por las letras, creían que era ideal como ruta hacia la Literatura. Otros lo habían hecho: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Octavio Paz...
En Córdoba, muchos maestros de literatura y poetas locales eran también abogados y notarios. Por eso estudió Derecho y concluyó los estudios por una razón mayor.
No le pasó lo que a Jaime Sabines con Medicina.
En las aulas de la facultad, Pitol se encontró con una influencia determinante: su maestro, el doctor Manuel de Pedrozo. Republicano, un español en el exilio que Pitol identifica como un hombre nacido para enseñar, a la manera de Sócrates. Pedrozo había sido diplomático –era conde, por lo demás— y las cátedras que impartía eran Teoría del Estado y Derecho Internacional, pero al terminar las clases, unos pocos interesados, entre ellos Sergio Pitol, Pedrozo conversaba sobre literatura, del goce que leer le producía, sobre todo las letras alemana, francesa y española.
En ese grupo estaba también Carlos Fuentes, y según el autor de El tañido de una flauta, era el único que podía sostener un diálogo más rico con Pedrozo o preguntarle: “Fuentes ya había estado en el extranjero”.
Por las tardes, durante dos o tres años, Pitol asistía como oyente a la Facultad de Filosofía y Letras, la escuela de los Mascarones, un lugar edénico, recuerda, pero no abandonó Derecho por no dejar las conversaciones con Pedrozo,  que continuaron aun cuando habían concluido sus cursos. Todos los sábados se reunían en el café Viena. Pedrozo despertó en  el joven Sergio, la curiosidad primero, pero después la necesidad por saber más, por devorar los libros, ir al teatro, escuchar música, conocer algo de pintura y, al mismo tiempo, por disfrutar la vida. Era otro México.
Pedrozo fue clave y Pitol se sabe privilegiado. Terminó la carrera y el escritor en cierne siguió leyendo y estudiando, cuando apareció en su vida Juan Rulfo. 

Juan Rulfo, personaje sin tiempo


Aunque no lo dice, el premio que recibirá en noviembre en Guadalajara, es significativo para Pitol por partida doble. Primero, porque lleva el nombre del escritor jalisciense a quien admira profundamente (hay una fotografía de Rulfo enmarcada y colgada en su estudio) y, segundo, por el premio en sí, el reconocimiento, la satisfacción, la emoción, el compromiso.
El primer cuento que hizo, recuerda, tiene una marcada influencia de Juan Rulfo: Victorio Ferri cuenta un cuento presenta un personaje afectado de sus facultades mentales, como el Macario de Rulfo.
El contacto con el autor de El llano en llamas, después, fue personal, pero esporádico y surrealista. Dice Pitol que hablaba muy poco, era –como se sabe— de apariencia introvertida, pero cuando decía algo, por lo general era para escandalizar.
Lo primero que le escuchó fue precisamente un “monólogo surrealista” y feroz contra las sinfonolas, esos aparatos del demonio que tenían a la gente enajenada. Bastaba alimentarlas con una moneda y la música se empezaba a escuchar, nadie hablaba. Decía Rulfo que esas cosas iban a terminar matando al lenguaje y a las conversaciones. En su monólogo, Rulfo afirmaba que todas las sinfonolas deberían incautarse porque estaban contaminando, destruyendo y pervirtiendo a los mexicanos.
Años después, Pitol y Rulfo viajaron juntos a Europa, a Varsovia concretamente, habían sido invitados a un encuentro de escritores de América Latina; y al poco tiempo coincidieron en París.
Lo recuerda en casa de Bryce Echenique, en donde se reunía el gran ejército de escritores latinoamericanos que estaba en la Ciudad Lux y “parecía estar y no estar al mismo tiempo”, ensimismado, taciturno, él se evadía. Sólo de vez en cuando soltaba alguna frase que aturdía o sorprendía y los presentes no sabían cómo tomarla.
Cuando Juan Rulfo murió, Pitol era embajador de México en Praga y al preguntarle cuál fue su reacción, simplemente empezó a recordarlo en una librería de la ciudad de México que ya no existe y en donde Rulfo tenía permanentemente reservado un lugar.
Ahí pasaban a saludarlo y a Pitol le parecía “un personaje sin tiempo o estaba incorporado un tiempo especial a él. Lo veía como si no hubiera transcurrido nada y la sensación, al verlo, era de infinitud, de eternidad... cuando murió, sentí que era un fenómeno natural, tan sin señales premonitorias, tan asombrosamente como llegó a la literatura, su muerte parecía la muerte de una época, de una literatura, porque a pesar de haber sido tan breve, la impronta, la huella de su escritura, de su presencia en la vida, fue inmensa”.
Y sigue: “Antes de El llano en llamas, se venía produciendo en México una literatura costumbrista bastante aldeana, a veces folklórica que se arrogaba el papel de crónica absoluta de nuestra nacionalidad. Era una literatura bastante desvencijada ya en los años cincuenta, pero sus autores se consideraban figuras de suma importancia en el país, como una élite sagrada que dictaba y exigía determinadas reglas a los escritores. Todo lo que era diferente al universo que ellos retrataban lo consideraban peligroso, antimexicano y antiviril.
“Cuando aparecieron los dos libros de Rulfo se quedaron anonadados... ese lenguaje tan extraordinariamente castigado, afinado, profundo, era la antítesis de una prosa blanduzca, sin huesos, con efectos muy localistas que ellos manejaban en sus novelas. La obra de Juan Rulfo los desconcertaba enormemente y no lo podían acusar de indiferencia hacia la sociedad o las situaciones sociales del país”, no se le podía considerar peligroso, ni antimexicano ni antiviril.
“Yo creo que el manejo del idioma y de las estructuras les parecía demencial. Había caciques, atropellos, injusticias en el campo y eso estaba bien, pero lo otro, el que los muertos hablaran con los muertos y que de pronto no se supiera quiénes eran los vivos, los escandalizaba y creían que la de Rulfo era una literatura perecedera” producto de las modas dictadas en París”.
Ha pasado el tiempo y ahora la obra de Rulfo está más viva que nunca “su profundidad es tal que cada generación encuentra en ella nuevas motivaciones, nuevas formas de acercamiento a la realidad, y, en cambio, toda la caterva de costumbristas  ha muerto absolutamente”, los nombres de unos cuantos aparecen en los libros de historia, simplemente como referencia de una época “pero no se sostienen ya como literatura”.
Juan Rulfo –continúa Pitol—es uno de los grandes clásicos de la lengua española y su obra, uno de los más geniales testimonios de nuestra vida”. 

Fomento a la lectura, una causa nacional


El autor de El arte de la fuga quiso hablar de la ciudad de México que conoció y los cambios que ahora lamenta, y en esta disertación, al referirse a todas las librerías que han cerrado, Pitol ofrece un dato que se sabe de memoria: sólo superado por Haití, México es el país de América en donde el nivel de lectura es más bajo.
Para el escritor veracruzano es un misterio: “no he logrado explicarme y nadie lo ha hecho, porqué se produjo este derrumbe en los índices de alfabetismo y en los de lectura. La respuesta generalizada es que la televisión y otros medios audiovisuales produjeron este fenómeno, pero ahí es donde me extraña el fenómeno, porque en otros países, como Argentina, Colombia y Brasil que tienen igualmente una vida televisiva, ésta no arrasó con la lectura”.
“Me parece importante que luchemos por la lectura... lo considero una causa nacional al grado de que asimilo la soberanía nacional y la vida democrática a una nación cultivada por sus libros, por el culto a los libros”. Pitol habló entonces de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como un oasis, uno de los que está creciendo y ampliándose de manera muy importante. La FIL, dijo: “es una invitación al resto del país para conservar nuestro patrimonio, mejorar la calidad de vida intelectual y nuestro concepto de humanismo”.
Antes de esto, Pitol habló de la ciudad de México y lo que en ella se ha perdido.
Llegó a la capital del país en los años cincuenta y permaneció allí al empezar los sesenta. En el verano del 61 inició su peregrinar por Europa.
Los once primeros años que vivió en la capital del país ésta no sufrió cambios significativos, no “visiblemente aparatosos”, sin embargo, a lo largo de los casi treinta años que estuvo en el extranjero con regresos esporádicos a la ciudad de México, cada vez que llegaba se encontraba con una urbe diferente y cada vez más delirante “que pretendía a veces, ser lo que no era; que se devoraba a sí misma, se mordía la cola y se extendía hasta lo indecible, como si tuviera el propósito de abarcar todo el país”.
--¿Todavía?
--Todavía
Pitol regresó definitivamente en 1988 a su país y no logró acostumbrarse a la ciudad más grande del mundo “había momentos en que no sabía en dónde estaba porque con el trazo de los ejes viales demolieron cientos de kilómetros de fachadas, ésas que hacían a la ciudad conocida. Ahora ya no existe ningún punto de referencia de los de antes”.
No le llevó mucho tiempo decidir dejar la gran ciudad y trasladarse a Jalapa. No hay punto de comparación, aunque añora la ciudad de México, la que era. Esa ciudad en donde se podían recorrer grandes distancias caminando sin temor a un asalto o a estar expuesto a la contaminación por horas.
Tomó la determinación de alejarse porque además se sintió agraviado, él, que conoció la ciudad de antes cuando supo que el centro de la ciudad se había transformado en centro histórico: “aquellos lugares en donde uno hacia su vida diaria habían desaparecido y al transformarse en centro histórico tenían una vida diferente: calles asfaltadas, tomadas por los vendedores ambulantes... los grandes comercios, las librerías, las tiendas de ropa y las zapaterías en donde uno compraba sus cosas, se pasaron al sur, a Polanco.
Pero lo que más, más, más me dolía era que ya no se podía (no se puede) caminar por la ciudad, era una belleza caminar por ella y ver aquellos ríos de gente por Juárez y Reforma, pero por la contaminación primero y más tarde por la delincuencia, la costumbre desapareció, como no ha sucedido en Buenos Aires por ejemplo”.
México en los cincuenta, era una ciudad intensamente activa en arte y cultura. Había otras teatrales fabulosas, tanto las que se producían en México como las que traían las compañías extranjeras que se presentaban por temporadas de Italia o de Inglaterra: “era un agasajo”.
Desde su punto de vista, esa intensa actividad artística y cultural ha disminuido, guardando las debidas proporciones, y sin duda una prueba es la desaparición de decenas de librerías. Entonces, recuerda Pitol, había librerías especializadas: francesas, italianas, españolas, inglesas “no sé porqué razón se empobreció tanto nuestra vida en este sentido”.
Es aquí cuando manifiesta su preocupación por los bajos niveles de lectura en México y se pronuncia por el fomento a la lectura como una causa nacional, por lo que tiene que ver con la soberanía y con la democracia.

La entrevista se prolongó por más de hora y media, el calor arreciaba y ya Sacho y Diana exigían atención. Sergio Pitol, con calma pero ágil, se levantó del sillón donde estuvo todo el tiempo y fue hasta la puerta, tranquilo, no como alguien cuya relación con la literatura “ha sido visceral, excesiva y aún salvaje”, no como quien responde a incitaciones para escribir; sí como aquel que sabe lo que es, lo que ha sido.


EL INFORMADOR/Laura Castro Golarte, enviada