lunes, 18 de enero de 2016

Moreira y la impunidad

Ciudad adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Difícil cantar victoria con los niveles de corrupción que hay en el mundo, pero sin duda, es muchísimo más probable que la justicia en España y Estados Unidos, se aplique con todo en el caso de Humberto Moreira, exgobernador de Coahuila y expresidente del PRI nacional.
La noticia de su detención, ayer, en el aeropuerto de Barajas, generó de inmediato en redes sociales, reacciones de satisfacción. Sí, definitivamente da gusto que hayan atrapado a uno de los hombres más corruptos del sistema político mexicano que gozaba de total y absoluta impunidad a pesar del desfalco al erario público en Coahuila y que, después de eso, prácticamente lo premiaran con la presidencia del PRI. No fue por mucho tiempo, nueve meses apenas, la dejó precisamente por las acusaciones y las dudas, pero no fue perseguido ni llamado a cuentas. Tan campante se fue a estudiar un posgrado a Barcelona con todo y familia.
Antes de esto es preciso recordar que él era gobernador de Coahuila cuando la tragedia en la mina Pasta de Conchos, y no es que él fuera el responsable, pero tampoco hizo nada por los deudos, de hecho, pese a haberse comprometido a rescatar los cuerpos, nunca cumplió: una cuenta pendiente más.
Por increíble que parezca y la verdad no creo que sea responsabilidad de los electores coahuilenses, en las siguientes elecciones ganó su hermano, Rubén, la gubernatura del Estado, en ambos casos, claro, abanderados por el PRI, de hecho, es una entidad en donde la alternancia en el poder no se conoce aún: la hegemonía del Revolucionario Institucional se sostiene desde hace 88 años para ser precisos.
Recuerdo cuando sucedió y no daba crédito. Me parecía inconcebible que en medio del escándalo y las acusaciones por incrementar la deuda de Coahuila a niveles estratosféricos, Humberto se fuera como si nada ¡y a la presidencia del PRI! Y encima, que su hermano ganara los comicios. Como solemos decir en estos casos: sólo en México, de este México surrealista que pese a parecer un contra sentido, es ya un lugar común, dentro y fuera del país. Falta decir que quien fuera gobernador interino, entre un Moreira y otro, está considerado como cómplice de la red de lavado de dinero a la que se acusa a Moreira de pertenecer y se encuentra prófugo, Jorge Juan Torres López.
Pues bueno, aunque no se ha mencionado (la verdad no sé si tenga relación directa), recuerdo también que después de aquel operativo “rápido y furioso” que despertó tanta polémica porque Estados Unidos lo hizo en México, según esto, sin conocimiento del gobierno en los tiempos de Felipe Calderón, empezó la persecución por lavado de dinero contra exfuncionarios del gobierno de Moreira, específicamente su tesorero, Héctor Villarreal y Torres López que fue su secretario de Desarrollo Social. Alguien más fue investigado y confesó: Rolando González, un empresario que aseguró formar parte de una red de lavado de dinero de la que era integrante también Humberto Moreira.
Aunque esto se dio a conocer en su momento, Moreira se defendió aduciendo que no había acusaciones formales en su contra. Ahora se puede inferir que las investigaciones en Estados Unidos continuaron, aun cuando aparentemente Moreira podía dormir en paz, en Barcelona, excediéndose en gastos, haciendo alarde de una riqueza inexplicable para alguien que se ostenta como profesor.
Qué bueno que lo agarraron. Fue la justicia española a petición de un tribunal estadounidense, sin embargo, no puedo dejar de lamentar que no haya sido la justicia mexicana la que actuara. Una vez más queda en evidencia la ineficiencia, insuficiencia y corrupción del sistema político mexicano del que forma parte el de justicia.
Queda en evidencia otra vez que en México los políticos se protegen entre ellos. En este caso es puro PRI, pero sabemos de casos en otros institutos políticos. Este es un hecho aislado y todo porque intervinieron autoridades de otros países, de no ser por eso, Humberto Moreira seguiría gozando de una total y absoluta impunidad.

Esta columna se publicó en El Informador el sábado 16 de enero de 2016.