sábado, 3 de septiembre de 2016

¿Y nosotros qué?

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Esta semana fue intensa y no es que pasaran muchas cosas, como en otros momentos en los que las malas noticias cunden. Esta semana que está por terminar cierra, prácticamente, con un solo tema que ha permanecido en la agenda mediática con toda seguridad por el tamaño de la indignación generalizada entre los mexicanos.
Hombres, mujeres, niños, adolescentes, de todos los estratos y niveles educativos, con más o menos foro en medios de comunicación, se han manifestado de todas las maneras posibles para externar su vergüenza, indignación —repito—, coraje y decepción, por la visita de Donald Trump, candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos.
Propios y extraños, incluso colegas y comunicadores claramente situados del lado del PRI desde que volvió al poder, han criticado severamente a Enrique Peña Nieto por haber invitado a un individuo que ha construido su candidatura y su campaña presidencial con base en la ofensa y la denostación a los migrantes, pero particularmente a los mexicanos.
Historiadores, analistas, expertos en diplomacia y muchísima gente que si bien no tiene estudios pero sí un sentido común que ya lo quisiéramos varios, estuvieron de acuerdo en afirmar que el Presidente de México cometió un error histórico y si me apuran, hasta de deslealtad a los principios de su propio partido.
Esto se ha repetido toda esta semana, las voces se suceden y hasta pareciera que se quitan la palabra, todos quieren hablar primero para señalar y también para lanzar preguntas que hasta el momento no han sido respondidas de manera suficiente. Antes de que se consumara la reunión, varios “opinadores” coincidieron en afirmar que la única manera de que el mandatario saliera bien librado del error, era que exigiera a Trump una disculpa pública y el cese de su discurso de odio. ¿Y qué pasó? Todos lo sabemos, en resumidas cuentas Peña dijo que el muro no lo pagarían los mexicanos, sólo para que horas después, en Arizona, el candidato republicano, en un claro tono de burla y desdén, dijera que el muro lo pagaríamos los mexicanos aun cuando no lo supiéramos todavía.
Fue cuestionado abiertamente por esa determinación de invitar a los candidatos (Hillary Clinton, la abanderada demócrata declinó) y la respuesta ha sido, desde el titular de la Presidencia hasta la fila de funcionarios que han salido en su defensa, que la postura del Gobierno mexicano estaba siempre a favor del diálogo.
No tenía por qué hacerlo en este caso en particular. Fue a destiempo en una decisión desafortunada, muy similar a aquella otra de reunirse con Barack Obama.
Dicho sea de paso (imposible no detenerme aquí) ¿cómo está eso de que están a favor del diálogo siempre? ¿Con Trump sí y con los maestros no? ¿Con Trump sí y con los legisladores no? ¿Con Trump sí y con periodistas críticos no? La incongruencia es descomunal y se suma a la sarta de malas decisiones que lo hunden más en las arenas movedizas de las que, todo parece indicar, ya no saldrá.
Estas malas decisiones: la invitación a los candidatos estadounidenses, el envío del Informe y los spots ajenos a la realidad; la reunión para un dizque diálogo con jóvenes; la ratificación de funcionarios como el titular de la Conade: la disculpa insustancial con relación al tema de la casa blanca; el alza en la gasolina y en la energía eléctrica y la respuesta que dio a uno de los jóvenes el jueves pasado en el sentido que su compromiso había sido malinterpretado, entre otras decisiones muchas desconocidas, representan los “esfuerzos” por salir del lodazal con el claro resultado de un mayor hundimiento en lugar de una salvación.

De malas a pésimas las decisiones y una evidencia contundente e incuestionable: al Presidente no le importamos. Lo que digamos o pensemos los mexicanos, lo que opinemos o sugiramos, las llamadas de atención, el rechazo, la preocupación, la indignación, el coraje, la impotencia, la vergüenza que sentimos todos aun cuando algunos traten denodadamente por ocultarlo; el sentimiento de haber sido traicionados, los mexicanos en esta tierra y los que viven allende las fronteras, todos (salvo amigos, funcionarios cercanos y familiares claro, todos los privilegiados) estamos fuera de los intereses, ocupaciones y preocupaciones de la Presidencia de la República. Nuestros juicios no pesan como para que quien nos representa los tome en cuenta y actúe en consecuencia. ¿Y nosotros qué? ¿Cuál representación popular? ¿En dónde está pues la apuesta por el diálogo? En un diálogo, escuchar es indispensable. La crisis de autoridad empeora.

Columna publicada en El Informador el sábado 3 de septiembre de 2016.