Ciudad Adentro
Esta semana fue
intensa y no es que pasaran muchas cosas, como en otros momentos en los que las
malas noticias cunden. Esta semana que está por terminar cierra, prácticamente,
con un solo tema que ha permanecido en la agenda mediática con toda seguridad
por el tamaño de la indignación generalizada entre los mexicanos.
Hombres,
mujeres, niños, adolescentes, de todos los estratos y niveles educativos, con
más o menos foro en medios de comunicación, se han manifestado de todas las
maneras posibles para externar su vergüenza, indignación —repito—, coraje y
decepción, por la visita de Donald Trump, candidato republicano a la Presidencia
de Estados Unidos.
Propios y
extraños, incluso colegas y comunicadores claramente situados del lado del PRI
desde que volvió al poder, han criticado severamente a Enrique Peña Nieto por
haber invitado a un individuo que ha construido su candidatura y su campaña
presidencial con base en la ofensa y la denostación a los migrantes, pero
particularmente a los mexicanos.
Historiadores,
analistas, expertos en diplomacia y muchísima gente que si bien no tiene
estudios pero sí un sentido común que ya lo quisiéramos varios, estuvieron de
acuerdo en afirmar que el Presidente de México cometió un error histórico y si
me apuran, hasta de deslealtad a los principios de su propio partido.
Esto se ha
repetido toda esta semana, las voces se suceden y hasta pareciera que se quitan
la palabra, todos quieren hablar primero para señalar y también para lanzar
preguntas que hasta el momento no han sido respondidas de manera suficiente.
Antes de que se consumara la reunión, varios “opinadores” coincidieron en
afirmar que la única manera de que el mandatario saliera bien librado del
error, era que exigiera a Trump una disculpa pública y el cese de su discurso
de odio. ¿Y qué pasó? Todos lo sabemos, en resumidas cuentas Peña dijo que el
muro no lo pagarían los mexicanos, sólo para que horas después, en Arizona, el
candidato republicano, en un claro tono de burla y desdén, dijera que el muro
lo pagaríamos los mexicanos aun cuando no lo supiéramos todavía.
Fue cuestionado
abiertamente por esa determinación de invitar a los candidatos (Hillary
Clinton, la abanderada demócrata declinó) y la respuesta ha sido, desde el
titular de la Presidencia hasta la fila de funcionarios que han salido en su
defensa, que la postura del Gobierno mexicano estaba siempre a favor del
diálogo.
No tenía por qué
hacerlo en este caso en particular. Fue a destiempo en una decisión
desafortunada, muy similar a aquella otra de reunirse con Barack Obama.
Dicho sea de
paso (imposible no detenerme aquí) ¿cómo está eso de que están a favor del
diálogo siempre? ¿Con Trump sí y con los maestros no? ¿Con Trump sí y con los
legisladores no? ¿Con Trump sí y con periodistas críticos no? La incongruencia
es descomunal y se suma a la sarta de malas decisiones que lo hunden más en las
arenas movedizas de las que, todo parece indicar, ya no saldrá.
Estas malas
decisiones: la invitación a los candidatos estadounidenses, el envío del Informe
y los spots ajenos a la realidad; la
reunión para un dizque diálogo con jóvenes; la ratificación de funcionarios
como el titular de la Conade: la disculpa insustancial con relación al tema de
la casa blanca; el alza en la gasolina y en la energía eléctrica y la respuesta
que dio a uno de los jóvenes el jueves pasado en el sentido que su compromiso
había sido malinterpretado, entre otras decisiones muchas desconocidas,
representan los “esfuerzos” por salir del lodazal con el claro resultado de un
mayor hundimiento en lugar de una salvación.
De malas a
pésimas las decisiones y una evidencia contundente e incuestionable: al
Presidente no le importamos. Lo que digamos o pensemos los mexicanos, lo que
opinemos o sugiramos, las llamadas de atención, el rechazo, la preocupación, la
indignación, el coraje, la impotencia, la vergüenza que sentimos todos aun
cuando algunos traten denodadamente por ocultarlo; el sentimiento de haber sido
traicionados, los mexicanos en esta tierra y los que viven allende las
fronteras, todos (salvo amigos, funcionarios cercanos y familiares claro, todos
los privilegiados) estamos fuera de los intereses, ocupaciones y preocupaciones
de la Presidencia de la República. Nuestros juicios no pesan como para que
quien nos representa los tome en cuenta y actúe en consecuencia. ¿Y nosotros
qué? ¿Cuál representación popular? ¿En dónde está pues la apuesta por el
diálogo? En un diálogo, escuchar es indispensable. La crisis de autoridad
empeora.
Columna publicada en El Informador el sábado 3 de septiembre de 2016.