Ciudad Adentro
Nos han enseñado mal la historia
III
Antes de dar pie
a la tercera entrega quiero agradecer los correos que he recibido de varios
lectores, creo que como nunca antes sobre ningún otro tema había recibido tanta
retroalimentación. Con esto reconfirmo lo que para mí es una certeza desde hace
años: hay conocimiento e interés generalizado por la Historia de México. Por mi
parte puedo decir que es apasionante y no me cansaré de agradecer al periodismo
que desde mis inicios, por allá en 1983, me acercó a historiadores
fundamentales. Quién diría que mucho tiempo después terminaría atrapada por la
historia, gracias por enseñarme a amarla: Alfonso de Alba, José María Muriá y
Angélica Peregrina, y a través de ellos, Luis González y González, Miguel León
Portilla y Enrique Florescano. Son muchos más considerando ahora a mis
profesores y tutores, pero a ellos los mencionaré la próxima semana,
historiadores, profesores de historia, maestros de maestros cuya labor poco es
reconocida pero es grande y trascendente. Va la tercera parte:
Después de los
Tratados de Córdova en donde se proponía una solución similar a la de Portugal
y Brasil; y de alguna manera congruente con lo que había propuesto el Conde de
Aranda y más tarde Lucas Alamán, diputado en las Cortes de Madrid, de que
México, Perú y Tierra Firme fueran reinos con monarcas de la Casa de los
Borbones (autónomos pero integrados al imperio español), tuvo lugar la primera
noticia de la resistencia a perder los dominios en los que no se ponía el sol:
la toma de San Juan de Ulúa por el último contingente de militares españoles a
dos meses escasos de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de
México. No fue fácil lograr que capitularan. Sucedió al cabo de cuatro años y
decenas de presos y muertos, mercado negro y el deterioro del puerto de
Veracruz, el más importante en el golfo. De noviembre de 1821 a noviembre de
1825 el fuerte de San Juan de Ulúa, un sitio estratégico en materia comercial y
militar, estuvo en posesión del ejército español que recibía pertrechos y
refuerzos desde La Habana; y casi al final del lapso, en 1824, circuló en
México otra encíclica: Etsi iam diu.
La emitió el sucesor de Pío VII, León XII, para pedir a obispos y arzobispos
americanos que hablaran con la feligresía y lograran desterrar a herejes y
revoltosos, que reconocieran al gran rey
católico Fernando VII y todo volviera a la normalidad previa a 1808.
San Juan de Ulúa, siglo XIX. Fuente: Galería Manuel Doblado-INEHRM. |
El rechazo fue
brutal, se justificaba al papa pero no al rey. Empezó a considerarse la
posibilidad de emitir una ley de expulsión de españoles, pero cuando las
reacciones a la encíclica, en México se fraguaba la república federal y no
precisamente en términos de paz y armonía. Las resistencias eran fuertes.
Falló la carta
papal y aumentaron las conspiraciones, las reales y las imaginadas. Después de
la capitulación de los españoles en San Juan de Ulúa, la desconfianza era
grande y se llegó a proponer trabajar por la independencia de Cuba o por
dominarla, para quitarle a España ese punto de apoyo. Por lo pronto, Guadalupe
Victoria reforzó la presencia militar en Yucatán.
Sostiene Harold
Sims, el autor de La Reconquista de
México. La historia de los atentados españoles, 1821-1830, que un gran error
que impidió que España reconociera pronto a México como país independiente, y
que, por ende, el rey no cejara en sus intentos de reconquista, fue la mala representación
diplomática de México en Europa derivada de la lucha encarnizada entre yorkinos y escoceses o, lo que es lo mismo, entre liberales y conservadores o
entre federalistas y centralistas.
Una conspiración
efímera, aparentemente inocua y de un solo hombre, el padre Joaquín Arenas en
1827, fue la causa de que, por fin, se emitiera una ley de expulsión; de que
las divisiones entre yorkinos y escoceses se acentuara (se acusaron
mutuamente de la conspiración), lo mismo que el odio contra los gachupines,
pero al mismo tiempo ofreció información a españoles expulsos e informantes del
rey, de que las élites políticas en México estaban enfrentadas a muerte,
literal, y que sería fácil recuperar “el reyno
rebelde de la Nueva España”, los dominios
más vastos e interesantes de las antiguas posesiones americanas.
Fue así que en 1829
se emprendió la última expedición de reconquista. Duró más o menos dos meses,
terminó con las amenazas españolas, elevó por las nubes a Antonio López de
Santa Anna y reconfirmó, una vez más, la determinación de México y los
mexicanos por permanecer libres e independientes.
Columna publicada en El Informador el sábado 27 de mayo de 2017.