domingo, 9 de agosto de 2015

Guerras

Ciudad adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

No conocí a Rubén Espinosa personalmente ni a las mujeres que estaban con él cuando los asesinaron; tampoco conocí a los muertos en Tlatlaya ni a los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa; ni a las mujeres asesinadas de Juárez ni a los 42 migrantes de San Fernando Tamaulipas, ni los mineros de Pasta de Conchos. No conocí a ninguno, no crucé palabra con ellos ni con ellas, no supe directamente o de viva voz sobre sus vidas, sus proyectos, sus triunfos, sus fracasos, sus sueños, sus preocupaciones, sus causas, sus dolores, sus miedos, nada. Y hoy, todos ellos, son las noticias confirmadas de la situación de caos, de inseguridad y del Estado contra su pueblo en nuestro país desde hace lustros.
Para muchos son noticias de nota roja y si es posible pasar la página, se pasa, la vida cotidiana es de por sí apremiante. No son buenas noticias, nos horrorizan, nos erizan la piel y se nos anegan los ojos. Cada vez hay más personas que tratan de alejarse de una realidad que no por eso se desvanece o desaparece. No basta con voltear para otro lado y todos son importantes, las víctimas y los testigos.
Los periodistas damos cuenta de esta realidad, tenemos tan claro el concepto de noticia que hay colegas que arriesgan sus vidas, que cubren frentes de guerra, de todos los tipos de guerra, y cumplen con el cometido, mandan la nota, el reportaje y las fotos que a los diversos públicos puede o no importarles; producen y envían para luego volver al frente de batalla.
Los periodistas mexicanos, salvo algunas excepciones por corresponsalías o enviados especiales, por lo general no hemos cubierto guerras convencionales y para muchos, no es la nota roja la máxima aspiración. Esa información que por lo general se publicaba en las últimas páginas de los periódicos como un mal necesario, desde hace varios años ocupa las primeras planas, un reflejo inequívoco del avance del crimen organizado y de la corrupción asociada.
Desde siempre se ha intentado callar a periodistas de manera permanente pero los asesinatos de comunicadores, fotógrafos y reporteros se han incrementado de manera exponencial, tanto, que internacionalmente México está ubicado como uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo porque no sólo es la cobertura de la nota policíaca y del crimen organizado, sino la exposición del involucramiento de burócratas de distintos niveles.
Es común que cuando algún colega es asesinado se trata de inferir o de por lo menos sembrar la duda con relación a su ética, a su honestidad; sin pruebas ni testimonios. Es una forma de evitar las investigaciones y los resultados.
Todas las muertes y asesinatos en estas condiciones son deplorables e indignantes, pero un periodista siempre duele más, porque arriesga su vida para exponer transas y chuecuras, negligencia, negocios turbios… otras formas de la guerra, tiene que ser una guerra para que tantos pierdan la vida a manos de otros, de los que protegen sus intereses y no tienen escrúpulos.
Rubén Espinosa como todos sabemos ahora, dejó Veracruz porque había sido amenazado y en la capital del país enfrentó serios problemas para encontrar trabajo ¿cuántos como él y no lo sabemos? ¿Tenemos que conocer sus historias porque los mataron? A las amenazas, a los homicidios, hay que sumar los atentados diversos y cotidianos a la libertad de expresión y las mismas condiciones de trabajo. Son asesinados de otra forma bajo el fuego de algún otro tipo de guerra.

Y mientras la indignación cunde por este crimen, el Estado mexicano no sólo no se pronuncia, ni actúa más allá de permitir la propagación de rumores difamatorios, sino que quien está al frente se atreve a decir que México está mal pero que hay países peores, como para rematar, como un golpe bajo, como un misil durante la tregua.

Columna publicada en El Informador el sábado 8 de agosto de 2015.